La Hora Faniática

En 1969 Eddie Palmieri, uno de los peces gordos de la música latina, antigua estrella de la casa Alegre y ahora con Tico, estaba muerto de ganas de hacer cosas diferentes. Venía de experimentar con el boogaloo, pero eso no lo llenaba del todo. Además, su mente era un hervidero de ideas políticas por todo lo que sucedía en la sociedad americana en ese momento, y de ideas musicales por la influencia del jazz modal y de John Coltrane. De modo que planeó y grabó un álbum que se lanzó al año siguiente y fue titulado simplemente Justicia, iniciando con ello una nueva dinámica en la música latina. Había nacido un nuevo Palmieri. Bienvenidos a La Hora Faniática.

1960. El boom del Nueva York latino es la charanga, un formato orquestal de flauta y violines como instrumentos melódicos, que cautiva a todos. Y en el Bronx comienza a destaparse otro fenómeno, el de la pachanga, un emotivo baile que hace las delicias del público porque es colectivo y coreográfico. Los sitios nocturnos se rinden, entonces, al formato y al baile, a la charanga y a la pachanga, y de paso, a los nuevos reyes de la expresión, como Charlie Palmieri y Johnny Pacheco. Así, una noche de ese 1960, el hermano menor de Charlie, Eddie, visita un salón de baile del Bronx, y conoce a un hombre llamado Barry Rogers, y todo cambia para la música latina. Esta es la historia de Eddie Palmieri y La Perfecta en La Hora Faniática.

La línea 6 del metro de Nueva York ha tenido montones de referencias cinematográficas como The Taking of Pelham 1,2,3 o The Warriors, pero mientras la intensa y juvenil The Warriors es del año 1979, The Taking of Pelham 1,2,3 es de 1974. Pues bien, cuando The Taking of Pelham 1,2,3 acababa de estrenarse, Rubén Blades, un músico joven panameño que apenas se abría paso en el mundillo neoyorquino, le dio un tema suyo a Bobby Rodríguez, flautista, saxofonista y director del conjunto La Compañía, y el cual hizo parte de su disco debut Lead Me To That Beautiful Band. El tema en cuestión se titulaba Número 6 y narraba un momento cualquiera de la espera de la línea 6 del Subway neoyorquino que va desde Pelham en el Bronx hasta el Puente de Brooklyn. Esta es la historia de aquella grabación en La Hora Faniática.

El boogaloo, término derivado del estilo pianístico boogie woogie y puesto en boca de todos por James Brown y Nat Jones con su New Breed (The Boo-ga-Loo), fue un suceso tan impactante como efímero. En sólo cinco años penetró en todos los estilos y ritmos juveniles del momento, desde el funky-jazz de Lou Donaldson hasta el rhythm & blues de Johnny “C” Corley. Pero donde alcanzó categoría de fenómeno fue en la comunidad latina de Nueva York, debido en gran medida al uso del spanglish en sus letras y a la combinación con ritmos afrocubanos. 1968 fue el año cumbre del boogaloo y en ese año Ray Barretto lanzó el álbum Acid, a todas luces de boogaloo, pero no sólo desde el punto de vista latino. Esta es la secreta historia de un disco lleno de apariencias. Bienvenidos a La Hora Faniática.

La semana anterior contábamos como un empresario de las noches neoyorquinas apodado Jack Hooke y Ralph Mercado, su socio para las sesiones latinas de su club estrella, el Red Garter, convencieron a Jerry Masucci para que montara una fiesta con todos los músicos de su sello discográfico Fania Records. También contábamos como Hooke llegaba a ese 1968 con un pasado tempestuoso, producto de sus relaciones con personajes como Monty Katy, Morris Levy y Symphony Sid, este último maestro de ceremonias del concierto que finalmente se pudo realizar. La semana anterior hablábamos de los preámbulos de Fania All Stars live at the Red Garter y hoy contaremos los pormenores del show. Lee la historia completa de cómo nació la Fania-All Stars aquí. 

El Royal Roost estaba ubicado en el mejor sitio de Broadway, en Times Square a la altura de la calle 47. Monty Kay había adquirido el club cuando era un asadero de pollo, manteniendo su nombre, Royal Roost, Asadero Real. Los socios de Kay en el negocio eran Arthur y Bill Faden, Ralph Watkins, y un empresario judío que acabaría siendo vital para la industria musical, Morris Levy. La experiencia de Kay como representante artístico fue fundamental para atraer al local a algunas de las luminarias del be-bop y del jazz afrocubano, y también lo fue el carisma de su maestro de ceremonia, Symphony Sid. Sid y Kay tuvieron entonces la idea de un nuevo proyecto: crear un sello discográfico para grabar a todos esos músicos que asistían al Roost. Para ello buscaron a un nuevo socio, Jacob Horowitz, un entusiasta promotor cuyo nombre estaría años después asociado para siempre a la Fania All Stars. Esta es la historia de esa relación que tuvo su climax en un club llamado Red Garter. Lee la historia completa de cómo nació la Fania-All Stars aquí. 

Lo que suena de fondo no es Tito Puente, ni el joven Tito de años 50 en su etapa brillante como rey del mambo y de la música latina en el Palladium, ni el veterano Tito de los años 70 en pleno auge de la salsa y la música del barrio. Lo que suena es Carlos Santana, el hombre que puso a Puente con sabor a rock chicano y le dio un aire de estrella para todas las edades. Es el año de 1972, la salsa lo absorbe todo, lo marca todo en Nueva York y eso que Fania Records aún no lo controla todo y el concierto del Yankee Stadium no ha dado el pistoletazo definitivo para la expresión. Por eso aún conviven las leyendas del mambo con los chicos psicodélicos del momento, y Tito Puente hace algo para ambos públicos, un álbum que se titula Para los Rumberos. Esta es su historia en La Hora Faniática.

A finales de los años 60 el Nueva York latino era una caldera plagada de ofertas nocturnas. Decenas de establecimientos abrían sus puertas cada noche de lunes a domingo para ofrecer shows en vivo de conjuntos y orquestas que tocaban pachanga, mambo, boogaloo y latin soul. Y claro, había muchos músicos en actividad, por lo que era muy complicado destacarse. Jugaban varios factores y las buenas relaciones y la calidad musical eran dos de ellos. Fue en esa época que brilló con luz propia un chico al que no le faltó trabajo, pues su técnica con la trompeta lo convirtió en indispensable. Pero cuando quiso sacar un disco en solitario las cosas no funcionaron como esperaba. Esta es la historia de su aventura, una historia narrada por él mismo y que en La Hora Faniática tiene hoy el mismo nombre de su protagonista: Roy Román, The Youthful Mind (La Mentalidad Joven).

La siguiente historia concluye en 1983 durante el ocaso del imperio Fania, y comienza en la Feria Mundial de Nueva York, durante las jornadas de 1964 en Flushing Meadows. Sin embargo, alcanza su punto más alto en 1977, en ese año en el que para muchos se dio la mejor producción del sello discográfico y sus filiales. Esta es la historia de la relación entre el flautista, director y productor dominicano Johnny Pacheco con el cantante y educador mexicano Luis Ángel Silva, Melón; la historia del álbum Llegó Melón en La Hora Faniática.

El Bueno, el Malo y el Feo (extrañamente llamada en España, El Bueno, El Feo y El Malo) es un clásico del cine, una imagen irrepetible con el rostro impasible de Clint Eastwood como el bueno, el siniestro de Lee Van Cleef como el malo y el ladino de Eli Wallach como el feo. La dirigió Sergio Leone en 1966, pero nunca pasó de moda y hasta el día en que dejaron de existir las salas de cine de barrio, hizo parte de la programación de matineé, vespertina y noche. Después dijeron que era spaghetti western, pero esa ya es una definición posterior a su impacto, un impacto que alcanzó a influenciar otros ámbitos como la salsa neoyorquina. Y es que hoy contaremos la historia de El Bueno, el Malo y el Feo según Willie Colón. Bienvenidos a La Hora Faniática.