VEE #065 – Un viaje a Lilliput




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Summary: Un viaje a Lilliput (de "Gulliver's Travels" de Jonathan Swift) Capítulo 1 Mi padre tenía unas pequeñas tierras en Notthinghamshire y yo fui el tercero de sus cuatro hijos. Me envió a Cambridge a la edad de catorce años y, después de estudiar allí durante tres años, trabajé como ayudante del señor Bates, un eminente cirujano de Londres. Estando allí, como mi padre me enviaba de vez en cuando ciertas sumas de dinero, estudié el arte de la navegación porque pensaba que, en algún momento o en otro, ése sería mi destino. Tres años después de dejarle mi buen maestro, el señor Bates, me recomendó para que trabajara como cirujano naval en el Swallow, donde viajé otros tres años- Cuando regresé me instalé en Londres y adquirí una pequeña casa, donde viví con mi esposa la señorita Mary Burton, hija del señor Edmund Burton, sastre calcetero. Mi maestro el señor Bates falleció dos años después y, como tenía pocas amistades, mis negocios empezaron a no marchar demasiado bien. Por esa razón, tomé la decisión de emprender de nuevo otro viaje. Realicé algunos viajes cortos y después acepté la oferta del capitán W. Pritchard, dueño del barco Antílope, que partía rumbo a los Mares del Sur. Salimos de Bristol el 4 de mayo de 1699 y nuestro viaje, al principio, transcurrió con entera normalidad. Sin embargo, cuando íbamos rumbo a las Indias Orientales nos sorprendió una gran tormenta que nos llevó hasta la isla de Van Diemen. Doce marineros de la tripulación perecieron de hambre y cansancio y los demás estaban en muy malas condiciones. El 5 de noviembre amaneció muy brumoso, pero uno de los marineros divisó una roca enorme que estaba tan solo a cien metros del barco. El viento nos arrastraba hasta ella y en pocos minutos vimos como la nave se partía en pedazos al chocar con ella. Seis miembros de la tripulación, entre los que me contaba yo, logramos hacernos con uno de los botes y remar hasta que estuvimos a tres leguas de distancia. Cansados nos dejamos arrastrar a merced de las olas y poco después el bote fue engullido por una enorme ola. De aquellos que iban conmigo en el bote, ni de mis compañeros de barco supe nada más. En lo que se refiere a mí la fortuna me arrastró hasta la orilla de aquella isla. Cuando llegué a ella y recuperé las fuerzas me adentré en ella, pero no vi ni el más mínimo vestigio de vida humana. Estaba muy cansado y el calor del sol me dejó finalmente abatido. Me tendí en la hierba y me eché a dormir profundamente. Cuando me desperté ya había amanecido. Intenté levantarme, pero no pude porque me habían atado de manos y pies, además del pelo. Lo único que podía hacer era mirar hacia arriba. El sol empezó a calentar y la luz me cegaba los ojos. Escuchaba ruidos a mí alrededor, pero no pude ver nada, salvo el cielo. Poco después vi que algo vivo se movía por mi pierna izquierda, avanzó lentamente sobre mi pecho y se me acercó hasta casi la barbilla. Bajando los ojos pude ver a un ser humano que no tenía ni diez centímetros de estatura. Llevaba un arco y una flecha en la mano, además de una aljaba colgada en la espalda. Después noté que unos cuarenta más de esos seres diminutos seguían al primero. Me sentí tan sorprendido que lancé un bramido. Todos corrieron asustados, algunos incluso llegaron a hacerse daño intentando saltar desde mis costados al suelo. Sin embargo, al poco rato regresaron. Uno de ellos, que se aventuró hasta llegar a mi cara, levantó las manos en señal de admiración. Me sentí tan incómodo que me esforcé todo lo que pude para desembarazarme de aquellas cuerdas. Una vez que logré soltar mi brazo izquierdo di un fuerte tirón para desprenderme de las curdas que me tenían apresado por el pelo. Sin embargo, las criaturas corrieron despavoridos. Cuando apresé a algunos de ellos sentí una descarga de cientos de flechas que se clavaron en mi mano izquierda. También lanzaron otras al cielo que, cuando cayeron, se me clavaron en la cara, por lo que tuve que cubrirme con el brazo.