Cody's Cuentos show

Cody's Cuentos

Summary: Cody's Cuentos es un podcast en español con cuentos clásicos de los Hermanos Grimm, Hans Christian Andersen, Charles Perrault y muchos más. Visita la página web de Cody para dejar comentarios y leer transcripciones de cada cuento. www.codyscuentos.com

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Podcasts:

 La historia de dos cachorros de coatí y dos cachorros de hombre | File Type: audio/mpeg | Duration: 17:43

Un cuento de Uruguay, escrito por Horacio Quiroga Había una vez un coatí que tenía tres hijos. Vivían en el monte comiendo frutas, raíces y huevos de pajaritos. Cuando estaban arriba de los árboles y sentían un gran ruido, se tiraban al suela de cab...

 Pedro y el lobo | File Type: audio/mpeg | Duration: 5:35

Today's story is the Spanish version of The Boy Who Cried Wolf. Lovely Megui, our cuentacuentos from Spain, does a fabulous job bringing this classic tale to life. When I was a child, I remember hearing this story and the impression it had on me. It's a very short story but it teaches an extremely powerful lesson about the importance of honesty, truthfulness and respecting other people. Also, at the beginning of this podcast is a short promo from Yecla Pérez de Lucas and her son Noah. They are a cute mother-and-son team from Germany and they have an adorable Spanish podcast for kids called "Podcast para niños hispanohablantes." Easy enough. When you're done listening to today's podcast, check out Yecla and Noah at: http://web.mac.com/yecla/Podcast/ Un beso, Eleena Pedro y el lobo Erase una vez un pequeño pastor que se pasaba la mayor parte de su tiempo cuidando sus ovejas y, como muchas veces se aburría mientras las veía pastar, pensaba cosas que hacer para divertirse. Un día, decidió que sería buena idea divertirse a costa de la gente del pueblo que había por allí cerca. Se acercó y empezó a gritar: - ¡Socorro! ¡Socorro! ¡El lobo! ¡Que viene el lobo! La gente del pueblo cogió lo que tenía a mano y corriendo fueron a auxiliar al pobre pastorcito que pedía auxilio, pero cuando llegaron, descubrieron que todo había sido una broma pesada del pastor. Y se enfadaron. Cuando se habían ido, al pastor le hizo tanta gracia la broma que pensó en repetirla. Y cuando vió a la gente suficientemente lejos, volvió a gritar: - ¡Socorro! ¡Socorro! ¡El lobo! ¡Que viene el lobo! Las gentes del pueblo, en volverlo a oír, empezó a correr otra vez pensando que esta vez si que se había presentado el lobo, y realmente les estaba pidiendo ayuda. Pero al regesar donde estaba el pastor, se lo encontraron por los suelos, riendo de ver como los aldeanos habían vuelto a auxiliarlo. Esta vez los aldeanos se enfadaron aún más, y se marcharon terriblemente enojados. A la mañana siguiente, el pastor volvió a pastar con sus ovejas en el mismo campo. Aún reía cuando recordaba correr a los aldeanos. Pero no contó que, ese mismo día, si vió acercarse el lobo. El miedo le invadió el cuerpo y, al ver que se acercaba cada vez más, empezó a gritar: - ¡¡Socorro!! ¡¡El lobo!! ¡¡Que viene el lobo!! ¡¡Se va a comer todas mis ovejas!! ¡¡Auxilio!! Pero esta vez los aldeanos, habiendo aprendido la lección el día anterior, hicieron oídos sordos. El pastorcillo vió como el lobo se abalanzaba sobre sus ovejas, y chilló cada vez más desesperado: - ¡¡Socorro!! ¡¡El lobo!! ¡¡Que viene el lobo!! ¡¡Por favor, AYUDADME!! - pero los aldeanos continuaron sin hacer caso. Es así, como el pastorcillo vió como el lobo se comía unas cuantas ovejas y se llevaba otras para la cena, sin poder hacer nada. Y se arrepintió en lo más profundo de la broma que hizo el día anterior.

 Blancanieves y los 7 enanitos | File Type: audio/mpeg | Duration: 23:03

"Mirror, mirror, on the wall. Who's the fairest of them all?" Blancanieves y los 7 enanitos de los hermanos Grimm Era un crudo día de invierno, y los copos de nieve caían del cielo como blancas plumas. La Reina cosía junto a una ventana, cuyo marco era de ébano. Y como mientras cosía miraba caer los copos, con la aguja se pinchó un dedo, y tres gotas de sangre fueron a caer sobre la nieve. El rojo de la sangre se destacaba bellamente sobre el fondo blanco, y ella pensó: "¡Ah, si pudiere tener una hija que fuere blanca como nieve, roja como la sangre y negra como el ébano de esta ventana!". No mucho tiempo después le nació una niña que era blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y de cabello negro como la madera de ébano; y por eso le pusieron por nombre Blancanieves. Pero al nacer ella, murió la Reina. Un año más tarde, el Rey volvió a casarse. La nueva Reina era muy bella, pero orgullosa y altanera, y no podía sufrir que nadie la aventajase en hermosura. Tenía un espejo prodigioso, y cada vez que se miraba en él, le preguntaba: "Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?" Y el espejo le contestaba, invariablemente: "Señora Reina, eres la más hermosa en todo el país." La Reina quedaba satisfecha, pues sabía que el espejo decía siempre la verdad. Blancanieves fue creciendo y se hacía más bella cada día. Cuando cumplió los siete años, era tan hermosa como la luz del día, y mucho más que la misma Reina. Al preguntar ésta un día al espejo: "Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?" Respondió el espejo: "Señora Reina, tú eres como una estrella, pero Blancanieves es mil veces más bella." Se espantó la Reina, palideciendo de envidia y, desde entonces, cada vez que veía a Blancanieves sentía que se le revolvía el corazón; tal era el odio que abrigaba contra ella. Y la envidia y la soberbia, como las malas hierbas, crecían cada vez más altas en su alma, no dejándole un instante de reposo, de día ni de noche. Finalmente, llamó un día a un servidor y le dijo: -Llévate a la niña al bosque; no quiero tenerla más tiempo ante mis ojos. La matarás, y en prueba de haber cumplido mi orden, me traerás sus pulmones y su hígado. Obedeció el cazador y se marchó al bosque con la muchacha. Pero cuando se disponía a clavar su cuchillo de monte en el inocente corazón de la niña, se echó ésta a llorar: -¡Piedad, buen cazador, déjame vivir! -suplicaba-. Me quedaré en el bosque y jamás volveré al palacio. Y era tan hermosa, que el cazador, apiadándose de ella, le dijo: -¡Márchate entonces, pobrecilla! Y pensó: "No tardarán las fieras en devorarte". Sin embargo, le pareció como si se le quitase una piedra del corazón por no tener que matarla. Y como acertara a pasar por allí un cachorro de jabalí, lo degolló, le sacó los pulmones y el hígado, y se los llevó a la Reina como prueba de haber cumplido su mandato. La perversa mujer los entregó al cocinero para que se los guisara, y se los comió convencida de que comía la carne de Blancanieves. La pobre niña se encontró sola y abandonada en el inmenso bosque. Se moría de miedo, y el menor movimiento de las hojas de los árboles le daba un sobresalto. No sabiendo qué hacer, echó a correr por entre espinos y piedras puntiagudas, y los animales de la selva pasaban saltando por su lado sin causarle el menor daño. Siguió corriendo mientras la llevaron los pies y hasta que se ocultó el sol. Entonces vio una casita y entró en ella para descansar. Todo era diminuto en la casita, pero tan primoroso y limpio, que no hay palabras para describirlo. Había una mesita cubierta con un mantel blanquísimo, con siete minúsculos platitos y siete vasitos; y al lado de cada platito había su cucharilla, su cuchillito y su tenedorcito. Alineadas junto a la pared se veían siete camitas, con sábanas de inmaculada blancura. Blancanieves, como estaba muy hambrienta,

 La esmeralda encantada | File Type: audio/mpeg | Duration: Unknown

Gnomes by Fantastic Toys Hace muchos, muchos años, hubo una vez un niño que solía jugar debajo de un gran pino cercano a su casa. Después de cada lluvia, alrededor del árbol brotaban muchos hongos alineados en forma de círculo, que servían de asiento a un grupo de pequeños gnomos, tan chiquitos como muñequitos, pero capaces de hacer cosas maravillosas. Al poco tiempo de conocerse, el muchacho y los gnomos ya eran grandes amigos. Francisco, que así se llamaba el niño, mantenía en secreto esa amistad, porque la gente no suele creer en los gnomos, pero se divertía mucho con ellos. Pero llegó el invierno y el padre del muchacho decidió hacer leña ese pino. Francisco le rogó de todas formas que no cortara ese árbol, ya que era la morada de sus extraños amigos. El padre aceptó su pedido a condición de que Francisco se ocupara de conseguir la leña para la casa durante todo el invierno. El chico pasó ese invierno trabajando muy duro, recorriendo la comarca y juntando leña para cumplir la promesa que salvaría al pino; y el padre cumplió la suya, porque así son los padres. Llegada la primavera los gnomos se enteraron del sacrificio realizado por Francisco para salvar su viejo árbol y decidieron recompensarlo regalándole una cadena de oro con una gran esmeralda. Esta piedra -le dijeron- tiene poderes mágicos que te darán toda la felicidad; mientras la lleves en el cuello serás amado, conseguirás para ti todo lo que quieras y llegarás a ser inmensamente rico. Para el resto de los hombres sólo será una piedra; muy valiosa, pero sin esos poderes. Muy pronto Francisco comprobó la verdad de esas palabras: tenía cuanto deseaba y todo lo que emprendía le salían bien sin ningún esfuerzo, aunque como no ambicionaba riquezas, poco uso le daba a su esmeralda encantada. Pero ese verano hubo una gran sequía y el hambre se apoderó de hombres y animales, porque se perdieron todas las cosechas. Francisco intentó solucionar esos males con su piedra encantada, pero todo fue en vano; sus poderes sólo actuaban para él, pero no para los demás. Podría salvarse del hambre y la miseria, pero nunca ayudar a sus semejantes. Rápidamente corrió hasta la ciudad más cercana, vendió la piedra por la cual le dieron una fortuna, y volvió a su comarca con una enorme carreta cargada de alimentos, ropas y hasta grano para los animales. Para que nadie se enterara de que había sido él quien trajera todo eso, lo fue dejando frente a las casas de noche sin que lo vieran. A la mañana siguiente todos encontraron los grandes paquetes frente a sus puertas y fue como un día de reyes. Hubo alegría y alivio, aunque nadie sabía a quién darle las gracias. Pero Francisco estaba preocupado porque tendría que confesar a sus amigos, los gnomos, que se había desprendido de la maravillosa piedra que le regalaran. Lo hizo con un poco de miedo, pensando que se enojarían. Pero los gnomos comprendieron que Francisco no necesitaba una piedra encantada para ser feliz, le bastaba con su propia bondad. Por eso le hicieron otro obsequio para que llevara en su cuello; esta vez le dieron un humilde pañuelo, ajustado con un pequeño anillo, echo con un hueso de caracú. Ese pañuelo -tan parecido al que usan los escuchas- le recordaría siempre que de nada valen las riquezas ni la propia felicidad cuando no se las puede compartir, que lo que se consigue sin esfuerzo carece de verdadero valor y que el amor al prójimo es la mayor alegría que alguien puede gozar, porque no hay felicidad mas linda que dar felicidad.

 El Príncipe Rana | File Type: audio/mpeg | Duration: 12:18

El Príncipe Rana de los Hermanos Grimm Hace muchos años, cuando el desear aún le ayudaba a uno, vivía un rey cuyas hijas eran todas buenas doncellas, pero la más joven era tan bondadosa, que el mismo sol, que ha visto tanto, se detenía cada vez que iluminaba su camino. Cerca del castillo del rey, había una inmensa y oscura selva, y bajo un viejo árbol de lima había un pozo, y cuando hacía mucho calor, la hija menor del rey iba a la selva a sentarse junto a la fresca fuente, y cuando se aburría, tomaba una bola de oro y la tiraba alto para capturarla. Y esta bola era su juguete favorito. Pero sucedió que en una ocasión la bola no llegó a las manos que la esperaban, sino que cayó al suelo y rodó hasta caer en el pozo. La hija del rey la siguió con sus ojos, hasta que desapareció. Y el pozo era profundo, tan profundo que no se alcanzaba a ver el fondo. Ella empezó a llorar, y a llorar más alto y más alto sin llegar a sentir consuelo. Y mientras se lamentaba oyó que alguien le decía: -"¿Que te sucede, hija del rey?, te lamentas tanto que hasta las piedras te mostrarían piedad." Foto: "The Frog Prince" by Laura Sage Ruiz Ella miró alrededor buscando hacia donde venía la voz, y vió a una rana sacando del agua su gran cabeza. -"¡Ah!, vieja corredora de aguas, ¿eres tú?"- preguntó.-"Estoy llorando por mi bola de oro, que cayó dentro del pozo"- concluyó diciendo. -"Quédate tranquila y no llores más"- contestó la rana. "Yo te puedo ayudar, pero ¿que me darás a cambio si te regreso ese juguete de nuevo?"- -"Lo que tú quieras, querida rana"- dijo ella. -"Mis vestidos, mis perlas y joyas, y hasta la corona de oro que llevo puesta"- La rana respondió: -"No me interesan tus vestidos, tus perlas o joyas, ni la corona de oro, pero si me amaras y me dejaras ser tu compañera y socia de juegos, y sentarme contigo en tu mesa, y comer de tu plato de oro, y beber de tu vaso, y dormir en tu cama junto a tí. Si tú me prometes cumplir todo eso, yo bajaré y traeré acá de regreso tu bola de oro."- -"Oh, claro" - dijo ella, -"yo te prometo cumplir tus deseos, si me regresas la bola"- Ella sin embargo pensaba: -"¡Cómo habla esa tonta rana! ¡Ella vive en el agua junto a las otras ranas y sapos y no podría ser compañera de ningún ser humano!"- Pero la rana, una vez recibida la promesa, metió su cabeza en el agua y se sumegió profundamente, y momentos después subía nadando trayendo en su boca la bola, y la tiró en el zacate. La hija del rey quedó encantada de ver una vez más de nuevo a su juguete, y recogiéndola corrió con ella. -"¡Espera, espera!"- gritaba la rana. -"¡Llévame contigo, que no puedo correr como lo haces tú!- Pero ¿de qué le serviría gritar, aún con su croak, croak, tan fuerte como podía? Ella no la escuchaba, y corrió a su aposento y pronto olvidó a la pobre rana, que se vió obligada a regresar al pozo de nuevo. Al día siguiente, cuando se sentó a la mesa con el rey y los cortesanos, y había empezado a comer en su plato de oro, algo llegó brincando y sonando splash, splash, a las gradas de mármol, y cuando llegó arriba, tocó a la puerta y gritó: -"Princesa, la más joven de las princesas, abréme la puerta a mí."- Ella corrió a ver que había afuera, pero cuando abrió la puerta, encontró a la rana sentada al frente. Entonces ella tiró la puerta a toda prisa, y regresó a sentarse a la mesa y quedó muy asustada. El rey vió que estaba sumamente alterada y que su corazón latía fuertemente y le preguntó: -"Mi muchachita, ¿qué es lo que te asustó tanto?, ¿está por casualidad un gigante afuera que quiere raptarte y llevarte lejos?"- -"Oh, no"- replicó ella. -"No es un gigante, sino una horrible rana." -“¿Y que hace una rana contigo?” -"Ah, mi querido padre, ayer yo estaba en la foresta, sentada junto al pozo, jugando con mi bola de oro, cuándo ésta cayó a lo profundo del pozo. Y como yo lloraba mucho, la rana me la regresó, y como ella insistía,

 El flautista de Hamelín | File Type: audio/mpeg | Duration: 4:28

This is a short but sweet episode. I added a few sound effects and some flute music from Galicia, a region in northern Spain. This illustration, called "The Other Face of the Pied Piper of Hamlin" is by Buenos Aires artist Augustín Sciannamea. You can check out his portfolio here and here. He and I are currently talking about the possibility of him illustrating future stories of Cody's Cuentos. Stay tuned! El Flautista de Hamelín En un pueblito de nombre Hamelín se habían instalado, siendo dueños y señores, todos los ratones habidos y por haber, arrasando con la comida de todos sus habitantes. Esto se debía a que Hamelín estaba dirigido por una Reina muy tacaña, que no quería hacer ningún gasto para poner remedio a la invasión de ratones. -¡Esto es terrible, se llevan mi propia comida! La Reina, cuando vio que los ratones habían llegado a su palacio, mandó llamar a un jovencito que tenía fama de hacer desaparecer los roedores con ayuda de su flauta. -¡Yo, Reina de Hamelín, te prometo una bolsa de oro si consigues librarme de esos comequesos! -¡Así lo haré! -contestó el muchacho, haciendo sonar su flauta. Los ratones, hechizados por el mágico sonido, lo siguieron hasta el río cercano, donde todos subieron a una balsa y se perdieron en la distancia. El flautista, después de haber dejado a Hamelín sin ningún ratón, fue con la Reina para recibir su recompensa. Pero la Reina, que era muy codiciosa, no quiso cumplir con su promesa. -¡No creo deberte nada, fuera de mi reino! -¡Eres muy injusta y por eso me vengaré! -dijo el caballero muy enojado. Entonces hizo sonar la flauta y todos los niños del pueblo lo siguieron, escuchando su sonido. Se los llevó a una montaña y los encerró en una gran cueva, desconocida por todo el mundo. Así se vengó de aquella reina tan mentirosa y mala. Pasaron varios meses y Hamelín se transformó en un pueblo triste, sin las risas y la alegría de los niños; hasta las flores tenían el color pálido de tanta tristeza. Todos los padres de los niños marcharon juntos al castillo para reclamarle a la Reina, pidiéndole que pagara al flautista la deuda, porque no querían quedarse sin sus amados hijos. La Reina no tuvo más remedio que pagar al flautista, y entonces todos los niños regresaron a sus hogares, trayendo con ellos nuevamente la felicidad al reino. Desde ese momento, aquella Reina cumplió siempre sus promesas. Song played during the story is "Galician Carol" by Carlos Nuñez. Closing song is "No Confin Dos Verde" by Milladoiro from Galicia, Spain.

 La ciudad de Esteco | File Type: audio/mpeg | Duration: 5:05

La ciudad de Esteco era, según la leyenda, la más rica y poderosa de las ciudades del norte argentino. Se levantaba en medio de un fértil y hermoso paisaje de la provincia de Salta. Sus magníficos edificios resplandecían revestidos de oro y plata. Los habitantes de Esteco estaban orgullosos de su ciudad y de la riqueza que habían acumulado. Usaban un lujo desmedido y en todo revelaban ostentación y derroche. Eran soberbios y petulantes. Si se les caía un objeto cualquiera, aunque fuese un pañuelo o un sombrero, y aun dinero, no se inclinaban siquiera para mirarlos, mucho menos para levantarlos. Sólo vivían para la vanidad, la holganza y el placer. Eran, además, mezquinos e insolentes con los pobres, y despiadados con los esclavos. Un día un viejo misionero entró en la ciudad para redimirla. Pidió limosna de puerta en puerta y nadie lo socorrió. Sólo una mujer muy pobre que vivía en las afueras de la ciudad con un hijo pequeño, mató la única gallinita que tenía para dar de comer al peregrino. El misionero predicó desde el púlpito la necesidad de volver a las costumbres sencillas y puras, de practicar la caridad, de ser humildes y generosos, y todo el mundo hizo burlas de tales pretensiones. Predijo, entonces, que si la población no daba pruebas de enmienda, la ciudad sería destruida por un terremoto. La mofa fue general y la palabra terremoto se mezcló a los chistes más atrevidos. Pedían, por ejemplo, en las tiendas, cintas de color terremoto. El misionero se presento en la casa de la mujer pobre y le ordenó que en la madrugada de ese día saliera de la ciudad con su hijito en brazos. Le anunció que la ciudad se perdería, que ella sería salvada por su caridad, pero que debía acatar una condición: no volver la cabeza para mirar hacia atrás aunque le pareciera que se perdía el mundo; si no lograba dominarse, también le alcanzaría un castigo. La mujer obedeció al misionero. A la madrugada salió con su hijito en brazos. Un trueno ensordecedor anunció la catástrofe. La tierra se estremeció en un pavoroso terremoto, se abrieron grietas inmensas y lenguas de fuego brotaban por todas partes. La ciudad y sus gentes se hundieron en esos abismos ardientes. La mujer caritativa marchó un rato oyendo a sus espaldas el fragor del terremoto y los lamentos de las gentes, pero no pudo más y volvió la cabeza, aterrada y curiosa. En el acto se transformó en una mole de piedra que conserva la forma de una mujer que lleva un niño en brazos. Los campesinos la ven a distancia, y la reconocen; dicen que cada año da un paso hacia la ciudad de Salta.

 El callejón de la Buena Muerte | File Type: audio/mpeg | Duration: 7:37

Hace muchísimos años en uno de los callejones de la ciudad vivía una viejita que subsistía de las limosnas que recibía, tenía un pequeño nieto que alegraba su mísera existencia y que la acompañaba diariamente en sus recorridos para pedir limosna. Tanto ella como el niño vestían con ropa viejas y harapientas aunque siempre limpias, y poco era lo que comían; habitaban en una pequeña casa que era solo un cuartito. La viejita tenía constantemente la preocupación de que si se moría, el pequeño se quedaría solo y desamparado, había noches en que no podía dormir pensando en ello, pues no tenían ningún pariente; se encontraban solos en el mundo. En una ocasión el niño enfermó gravemente, ella desesperada no hacía más que llorar y rezar, pidiéndole a Dios que no se llevara lo único que tenía. En eso, se le apareció la Muerte diciéndole que debido a sus ruegos, estaba dispuesta a dejarle a su nieto, pero con la condición de que ella quedara ciega por el resto de sus días; trato que, sin pensarlo, la anciana aceptó. Desde entonces el niño le sirvió de lazarillo, y la gente al ver ese triste cuadro, aumentó sus dádivas. Pasó el tiempo y fue ella la que enfermó; el niño le preguntaba a quién debería rezar, a quién debía encomendarla para que no fuera a morir y a dejarlo solo. La ancianita le contó que al nacer él, su madre había muerto y que, desde entonces, ella había vivido para cuidarlo y quererlo. Se quedaron dormidos y, en el sueño, la anciana volvió a ver a la Muerte; con su figura esquelética vestida de negro, le anunció que venía por ella, la viejecita le suplicó que la dejara un tiempo más, y la Muerte le dijo que lo haría a cambio de los ojos del niño, pero ella no aceptó porque no quería que el pequeño sufriera. La Muerte le dijo entonces que lo único que podía hacer era llevárselos a los dos para que estuvieran juntos para siempre. La anciana aceptó, pidiéndole que lo hiciera en ese momento para que el niño, que estaba durmiendo, para que no sintiera nada. Así lo hizo la Muerte, llevándoselos al otro mundo y, justo en ese momento, los vecinos oyeron el doblar de las campanas, de una manera tan misteriosa, que su sonido no se parecía a ningún otro. Cuando amaneció, los vecinos se dieron cuenta de lo sucedido, pensando que la abuelita y el nieto habían muerto de frío. Una vecina corrió la voz de que había sido la propia viejecita quien había pedido a la Muerte que se los llevara juntos, para no padecer más y, con el tiempo se dijo que la Muerte se aparecía frecuentemente por ese callejón y que se le veía por las noches, como una sombra, cerca de aquel cuartito; después a petición de los vecinos, el cuartucho aquel fue derribado, con objeto de levantar allí una capillita en donde se veneraría al Señor del Buen Viaje, en recuerdo de aquel suceso.

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